martes, 16 de agosto de 2016

Maxim Vengerov

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 El 15 de agosto de  1974, a una con las Fiestas de Tafalla, nace en Novosibirsk, Siberia, el violinista ruso MAXIM VENGEROV.

Retirado durante algún tiempo de los escenarios por diversas razones, en 2012 volvió y muchos lo celebramos. Trascribo parte de un artículo de Jesús Ruiz Mantilla aparecido con tan fausto motivo en El País:


“Entre las buenas noticias de este apocalíptico y repugnante 2012 podemos rescatar una: Maxim Vengerov ha vuelto. En estos momentos de escasa fe era necesario ser testigo. Y el domingo pasado, en el Auditorio Nacional, quienes estuvimos dentro del ciclo Juventudes Musicales, lo certificamos. Allí apareció el gran Maxim, con su Stradivarius en la mano y al cuello de regreso a la fantasía compartida con que su música nos vuelve a contagiar….

 De Siberia (Novosibirsk, 1974), donde sus primeros maestros y su padre oboísta certificaron el prodigio de un niño que interpretaba a Schubert con seis años, se mudó pronto a aprender las leyes de la perfección en cuerda a manos de grandes  profesores aunque él siempre ha reconocido que su principal guía espiritual ha sido Rostropovich.

Ganando concursos y asombrando a los grandes directores, orquestas y auditorios del mundo, Vengerov era el más rápido, el más virtuoso, el más voraz. Su energía daba para eso y más. Para el arte y el altruismo como primer músico embajador de Unicef, entre Sarajevo y Uganda, pero también para embarcarse en conciertos de rock o pop fascinado por uno de sus grandes referentes, Michael Jackson, así como para montar un espectáculo con otra de sus grandes pasiones: el tango.

¿Qué nos encontramos a su vuelta? A un Vengerov en plena forma. A un Vengerov riguroso, serio e irónico a la vez … En todo momento mostró un dominio de las tonalidades y los estilos magistral, una riquísima expresividad, honda pero nunca afectada ni atormentada, una presencia y una energía contagiosas. Ganas de perdurar y asentarse con fuerza renovada fue lo que saltaba de sus cuerdas tras la sorprendente retirada, a lo José Tomás, de los ruedos. Ha sido para bien, para mejor y así lo pudimos certificar. Que dure”. Pues. Sí, la mejor manera de celebrarlo es escuchándole tocar. He elegido “La Meditación” de “Thais” de Jules Massenet.


Felicidades Maxim, disfrutemos

martes, 9 de agosto de 2016

Shostakovich-Jazz Suite nº 2



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En mayo 2016  “el País Semanal” publicó un artículo sobre la obra Julián Barnes “El ruido del tiempo” (Anagrama). Hoy  9 de mayo, hace 41 años que murió en Moscu el compositor Dimitri Schostakovick . Comparto con vosotros, por interesante, algunos puntos de  dicho artículo y su música, concretamente la conocidísima “Suite for Variety Orchestra (Jazz Suite n°2)”. La grabación que he encontrado con imágenes en vivo no es muy buena, pero sirve. Si no queréis escucharla entera (aunque os lo recomiendo) en el minuto 10 tenéis el primer vals de la suite, menos conocido pero no por ello menos bello, y en el minuto 12:40, el conocidísimo.. el de la Lotería. Disfrutad.

“En los tiempos de la Guerra Fría, a los escritores y artistas de Occidente les gustaba plantearse un dilema inútil pero persistente. ¿Era preferible vivir en un Estado represivo, en el que la obra del artista estaba sujeta a la vigilancia oficial …? ¿O vivir en un país en el que el poder era más bien indiferente a sus actividades, ..? ¿Unos lectores y oyentes intensos y en busca de significados ocultos, de claves, o unos vagos consentidos en una sociedad de ­consumo?

 Ahora bien, en el trasfondo de esta pregunta había otra, más inquietante: ¿podría ser que la censura del Estado –el rancio aliento de la burocracia vigilante– sirviera de estímulo al individuo creativo, le obligara a repensar su arte, a encontrar nuevas formas de expresar verdades viejas y nuevas? Tal vez no haya muchos artistas que estén de acuerdo –pocos encuentran alentadora la idea de la creatividad vigilada–, pero existen voces que lo han defendido..

La colisión entre arte y poder –con el ejemplo concreto de Shostakóvich– constituye el núcleo de mi novela El ruido del tiempo (Anagrama). Shostakóvich fue el compositor más célebre de la Unión Soviética durante medio siglo, desde el éxito mundial de su Primera Sinfonía en 1926 (cuando tenía 19 años) hasta su muerte en 1975. Pero también fue el compositor que, en toda la historia de la música occidental, más tiempo pasó acosado y perseguido por el Estado: desde las pequeñas injerencias caprichosas hasta las más crudas amenazas de muerte, pasando por un hostigamiento continuado. Durante la paranoica dictadura de Stalin hubo muchas ocasiones en las que Shostakóvich temió por su vida, y con razón. Pocos de los denunciados por el diario del partido como “enemigos del pueblo” lograron sobrevivir mucho tiempo.

Además, Shostakóvich no solo fue criticado, despreciado e incluso ridiculizado en su país. Su caso hizo mucho ruido durante varias décadas. Si un Estado comunista declaraba que alguien era un artista ejemplar, en Occidente muchos –independientemente de cuál fuera la verdadera realidad– suponían de forma automática que no podía ser bueno…

Por eso a quienes sobrevivieron a la tiranía muchas veces se les miró, y se les mira, con desconfianza… Shostakóvich recibió todos los honores del Estado y firmó cartas de condena contra Solzhenitsin y Sájarov. Pero lo que no suelen hacer los occidentales  es preguntarse qué habrían hecho ellos en esas circunstancias. En la Rusia soviética, el Estado controlaba todo lo relacionado con la actividad artística; por tanto, si alguien quería componer música, no podía ni comprar papel pautado salvo que fuera miembro de la Unión de Compositores. 

Por suerte, ha habido y sigue habiendo reajustes; ya antes de su fallecimiento existía un empeño por comprender mejor la espantosa situación en la que se encontró el músico. El compositor Pierre Boulez había criticado con dureza la música de Shostakóvich; cuando se conocieron, el francés besó la mano al ruso.

A medida que se desvanece el ruido del tiempo se vuelve más fácil oír la música de Shostakóvich con claridad; la mejor sobrevive, y se interpreta a menudo, mientras que la inevitable escoria, producida para satisfacer las exigencias del Estado, desaparece. Y también es más fácil ver al hombre: complicado, contradictorio, muy duro consigo mismo, recto, leal, obstinado, astuto, divertido, sarcástico, pesimista…, pero que solo existía plenamente en su música”.