En mayo 2016 “el País
Semanal” publicó un artículo sobre la obra Julián Barnes “El ruido del tiempo” (Anagrama).
Hoy 9 de mayo, hace 41 años que murió en
Moscu el compositor Dimitri Schostakovick . Comparto con vosotros, por
interesante, algunos puntos de dicho
artículo y su música, concretamente la conocidísima “Suite for Variety
Orchestra (Jazz Suite n°2)”. La grabación que he encontrado con imágenes en
vivo no es muy buena, pero sirve. Si no queréis escucharla entera (aunque os lo
recomiendo) en el minuto 10 tenéis el primer vals de la suite, menos conocido
pero no por ello menos bello, y en el minuto 12:40, el conocidísimo.. el de la
Lotería. Disfrutad.
“En los tiempos de la Guerra Fría, a los escritores y
artistas de Occidente les gustaba plantearse un dilema inútil pero persistente.
¿Era preferible vivir en un Estado represivo, en el que la obra del artista
estaba sujeta a la vigilancia oficial …? ¿O vivir en un país en el que el poder
era más bien indiferente a sus actividades, ..? ¿Unos lectores y oyentes
intensos y en busca de significados ocultos, de claves, o unos vagos consentidos
en una sociedad de consumo?
Ahora bien, en el
trasfondo de esta pregunta había otra, más inquietante: ¿podría ser que la
censura del Estado –el rancio aliento de la burocracia vigilante– sirviera de
estímulo al individuo creativo, le obligara a repensar su arte, a encontrar
nuevas formas de expresar verdades viejas y nuevas? Tal vez no haya muchos
artistas que estén de acuerdo –pocos encuentran alentadora la idea de la
creatividad vigilada–, pero existen voces que lo han defendido..
La colisión entre arte y poder –con el ejemplo concreto de
Shostakóvich– constituye el núcleo de mi novela El ruido del tiempo (Anagrama).
Shostakóvich fue el compositor más célebre de la Unión Soviética durante medio
siglo, desde el éxito mundial de su Primera Sinfonía en 1926 (cuando tenía 19
años) hasta su muerte en 1975. Pero también fue el compositor que, en toda la
historia de la música occidental, más tiempo pasó acosado y perseguido por el
Estado: desde las pequeñas injerencias caprichosas hasta las más crudas
amenazas de muerte, pasando por un hostigamiento continuado. Durante la
paranoica dictadura de Stalin hubo muchas ocasiones en las que Shostakóvich
temió por su vida, y con razón. Pocos de los denunciados por el diario del
partido como “enemigos del pueblo” lograron sobrevivir mucho tiempo.
Además, Shostakóvich no solo fue criticado, despreciado e
incluso ridiculizado en su país. Su caso hizo mucho ruido durante varias
décadas. Si un Estado comunista declaraba que alguien era un artista ejemplar,
en Occidente muchos –independientemente de cuál fuera la verdadera realidad–
suponían de forma automática que no podía ser bueno…
Por eso a quienes sobrevivieron a la tiranía muchas veces se
les miró, y se les mira, con desconfianza… Shostakóvich recibió todos los
honores del Estado y firmó cartas de condena contra Solzhenitsin y Sájarov.
Pero lo que no suelen hacer los occidentales es preguntarse qué habrían hecho
ellos en esas circunstancias. En la Rusia soviética, el Estado controlaba todo
lo relacionado con la actividad artística; por tanto, si alguien quería
componer música, no podía ni comprar papel pautado salvo que fuera miembro de
la Unión de Compositores.
Por suerte, ha habido y sigue habiendo reajustes; ya antes
de su fallecimiento existía un empeño por comprender mejor la espantosa
situación en la que se encontró el músico. El compositor Pierre Boulez había
criticado con dureza la música de Shostakóvich; cuando se conocieron, el
francés besó la mano al ruso.
A medida que se desvanece el ruido del tiempo se vuelve más
fácil oír la música de Shostakóvich con claridad; la mejor sobrevive, y se
interpreta a menudo, mientras que la inevitable escoria, producida para
satisfacer las exigencias del Estado, desaparece. Y también es más fácil ver al
hombre: complicado, contradictorio, muy duro consigo mismo, recto, leal,
obstinado, astuto, divertido, sarcástico, pesimista…, pero que solo existía
plenamente en su música”.
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